REVISTA INTERNACIONAL

DE POLICIA CRIMINAL Nº 230

 

Por: Rocco PACERI

Subprefecto policía científica – Roma

 

Tema: Trazos Presionados

Al entrar esa mañana, en el apartamento del hombre viejo asesinado, los investigadores de la Policía judicial descubrieron un espectáculo macabro y más bien insólito. En el despacho en que se encontró a la víctima llamaba particularmente la atención el desorden característico consiguiente a un robo: muebles desplazados, cajones abiertos, vestidos tirados de mala manera, cajas abiertas en el suelo mezcladas a cosas sin importancia, ropa y documentos diversos, demostraban claramente la celeridad con que habían operado los criminales.

En el suelo, ante la mesa, y precisamente entre dos butacas, yacía el cadáver amordazado, vientre a tierra, las manos ligadas por las muñecas una contra la otra por la espalda. La víctima, un hombre de bastante edad, más bien robusto, llevaba una camisa de mangas cortas, un pantalón ligero y calzado de tela y suelas de cáñamo.

Después de haber tomado nota minuciosa de la disposición de los lugares y del cadáver correspondió a los fotógrafos completar la documentación de la Policía, yendo del conjunto al detalle. Este trabajo fue largo y meticuloso, pero menos aún que las operaciones sucesivas de búsqueda de huellas y de trazas que pudieran utilizarse para identificar a los criminales, sí, a los criminales, ya que el examen de los lugares, y sobre todo la posición de la víctima, inmovilizada con la mordaza y la cuerda, indicaban netamente que la agresión era obra de dos individuos o quizá más.

Por último, como siempre, se hizo el balance de los elementos recogidos y utilizables para proseguir la encuesta, o sea, algunas huellas que podían permitir la realización de comparaciones (la mayor parte de las mismas pertenecientes a la víctima) y varios fragmentos de objetos por identificar. Estos últimos constituían una esperanza más bien vaga.

En realidad los objetos hallados, bastante numerosos en el desorden, si no pertenecían a la víctima o no guardaban relación con su actividad profesional, podían pertenecer posiblemente a los criminales… Un cuadernillo parecía decididamente ser interesante; la primera hoja contenía señales indescifrables, pero reproducían visiblemente la escritura trazada sobre la hoja anterior y arrancada a continuación del cuadernillo.

Los investigadores se miraron en silencio mientras que un colega examinaba ese elemento de prueba. Todos esos hombres presentían que el resultado positivo de la encuesta estaba subordinado a la posibilidad de descifrar ese papel. Era absolutamente necesario leerlo. El documento, recogido cuidadosamente, fue confiado al laboratorio fotográfico con misión de sacar el máximo partido posible. Se esperó el veredicto de la fotografía.

La experiencia en la profesión ha demostrado que la presión ejercida por el objeto que permite escribir deja siempre un surco, aun cuando sea muy ligero, en la hoja del papel colocado debajo de la que contiene el texto, Pero ese surco es prácticamente invisible a la luz normal. En ese caso existe un solo medio, pero eficaz, de descifrar las marcas: la foto grafía con luz tangencial. Se recurre a una fuente artificial exacta, capaz de iluminar la hoja de papel con una inclinación precisa, es decir, casi paralelamente al nivel del papel que debe examinarse. En esa posición la luz, que se propaga solamente en línea recta, roza la superficie de la hoja, la ilumina y deja en la sombra la marca producida por la presión del lápiz o la pluma. Entonces es posible fotografiar y leer lo que anteriormente era invisible. Una condición indispensable para la ejecución de ese trabajo fotográfico es que la hoja sometida a examen no sólo con tenga marcas suficientemente netas, sino que no esté arrugada en modo alguno, ya que de lo contrario la luz revelaría un gran número de sombras que podrían confundirse con los trazos que deben examinarse.

En el caso que nos interesa, la hoja encontrada ofrecía las mejores condiciones de estudio, y ello permitía la esperanza de descifrarla. Los investigadores esperaron ansiosos la respuesta, y poco después pudieron leerla en la expresión jubilosa de su colega fotógrafo que salió del laboratorio agitando alegremente una prueba todavía sin secar. En ella había dos nombres escritos… posiblemente los correspondientes a los asesinos.

Se informó con rapidez a la brigada móvil y sus equipos empezaron a pasar la ciudad por el tamiz en busca de los presuntos criminales. Al cabo de algunas horas se encontró a los dos individuos, pero a la serie de preguntas en círculo de los policías opusieron un número equivalente de coartadas irrefutables. Por un momento se creyó que todo se había perdido y ello produjo una gran decepción… por poco tiempo. Los dos «inocentes» eran en realidad dos truhanes pertenecientes al hampa y conocidos de la Policía.

Pero, ¿por qué esos nombres figuraban en el cuadernillo de la víctima si sus propietarios no la conocían y no habían estado jamás en la casa de la misma? El hilo de la encuesta, el rayo de luz, seguía estando en esos dos nombres. Era necesario no abandonar la pista. Razonamientos, búsquedas… ¿Había pedido la víctima sus nombres a los clientes? ¿Habían previsto estos últimos la pregunta? Probablemente no, y entonces se habían visto sorprendidos… Sin embargo, a una pregunta así era necesario dar una respuesta inmediata. ¿Cómo se reacciona, cómo se comporta una persona en circunstancias análogas? Se da un nombre evidente mente, ¿pero cuál, si se quiere ocultar el propio? Es indudable que se pronunciará instintivamente un nombre conocido y familiar… el de un amigo, el primero que acuda a la mente.

Ese razonamiento lógico y convincente proporcionó la orientación para proseguir la encuesta. Así, pues, debía buscarse a los autores del crimen entre los amigos y personas que rodeaban a los dos individuas detenidos. El círculo era importante, pero bien delimitado… justamente gracias a la actividad innoble de los jóvenes descarriados que lo componían.

Para los hombres de la Brigada Móvil fue fácil encontrar en ese grupo a dos individuos que no pudieron facilitar coartadas válidas. Ante las acusaciones precisas, formuladas por los policías, se desmoralizaron para confesar más tarde su fechoría.

En esta forma las señales huecas dejadas sobre el papel, fotografiadas con luz tangencial (1), permitieron a la justicia actuar con eficacia.