EL LÁPIZ

CUMPLE 230 AÑOS

EL INVENTO DIMINUTO QUE REVOLUCIONO EL MUNDO DE LA ESCRITURA.

En 1761, el carpintero alemán Kasper Faber presentó su primer y simple «tarugo de plomo», que en realidad era de grafito y después fue mejorado al mezclarle azufre y arcilla. Sobre la punta de este pequeño artículo se asienta uno de los mayores imperios económicos, que produce más de 2.500 unidades para dibujar y escribir. El «Museo del Lápiz» guarda una carta donde Van Gogh elogia la invención, una pieza de marfil y oro con la que escribía el rey Luis II y el que usaba Bismarck para cargar su pipa.
El lápiz, la herramienta más barata para escribir y compañero inseparable de comerciantes, profesionales y artistas, sobre cuya punta se asienta uno de los mayores imperios económicos,cumple en 1991,doscientos treinta años de vida,que se exponen en un museo de Alemania, donde fue el primer producto patentado. Los primeros lápices se fabricaron en Inglaterra con el grafito de los bosques de Dorrowdale ( condado de Cumberland) descubierto en 1564. Pero la difusión del invento comenzó en 1761, cuando el carpintero alemán Kaspar Faber presentó su primer y simple «tarugo de plomo» y sentó las bases de la actual Casa Faber-Castell, en Stein, cerca de Nuremberg (Alemania).

Grafito y Arcilla.

Kaspar llamaba «plomo» al grafito, un mineral de color negro agrisado,graso al tacto, compuesto casi exclusivamente de carbono y sumamente blando. Las primeras minas se fabricaron con varillas de grafito y después ante el agotamiento del yacimiento inglés se empleó el mineral sobrante de menor calidad, pulverizado y aglutinado con colas, sin que se obtuvieran buenos resultados. Más tarde, se fue mejorando su calidad e incorporarle otras sustancias como el azufre y la arcilla que Conté le agregó en 1795 y todavía se sique utilizando.

Los lápices actuales se fabrican con grafitolos negroso caolín teñido, los de colores, van recubiertos de madera en general cedro y abarcan una variada gama de formatos cilíndrico o prismático, dureza y usos los hay para escribir en papel,vidrio y todo tipo de materiales.

Su producción y venta recibió un fuerte impulso a mediados del siglo XIX, de manos del barón Lothar Faber, que adquirió en 1856 una mina de grafito en Siberia, cuya producción hizo transportar a lomo de reno y por barco hasta la factoría de Stein. Lothan disgustado y perjudicado por las imitaciones logró en 1874 que el Reichstag promulgara una ley para proteger su marca, lo que convirtió a su lápiz en el primer artículo patentado de Alemania. A la marca germana, que llevaba las iniciales del hijo de Kaspar Faber (A.W.) se le agregó más tarde el apellido Castell ( debido al casamiento entre nobles de ambas familias), componiendo el nombre que ahora distingue al fabricante de más de 2.500 artículos para dibujar y escribir.

El edicto del príncipe Leopoldo que autorizaba el uso del doble apellido se perdió después de la guerra, fue encontrado varias décadas más tarde en un mercado de pulgas de Chicago y hoy puede ser observado en el museo de la empresa alemana. El «museo del Lápiz» guarda una carta del pintor Vincent van Gogh a su amigo Van Rappard, donde elogia los lápices que «dan un excelente negro» y dice que ha» dibujado con ellos a una costurera y obtenido el mismo efecto que con la tiza litográfica».

Otros grandes artistas como Peter von Cornelius, Gustave Doré, Jean Dominique Ingres y Wilhelm von Kaubach elogiaron en sus misivas a estos lápices que recibieron medallas de oro en exposiciones de Berlín, Munich, París, Londres y Nueva York.

De Bismarck a Luis II

Las vitrinas del museo exponen coloridos estuches de lata que contienen los curiosos «Ring pencils» para
Inglaterra y las colonias,»Caravan Pencils» para Arabia,»Floral pencils» para Japón y «Aristocratic pencils» para China. También pueden verse modelos especiales de lapiceras fuentes y lápices, hechos en marfil u oro, como los del Rey Luis II, y un dibujo que documenta el lápiz utilizado por Bismarck, uno de cuyos estremos está quemado ya que el canciller alemán lo usaba para cargar su pipa.

Kaspar Faber no podía imaginar hace más de dos siglos, que su invento llegaría a ser el huésped diario de millones de bolsillos, escritorios y mesas de dibujo de todo el mundo y uno de los mayores instrumentos para difundir la cultura y la educación. Menos aún que su humilde «tarugo» se convertiría en la base de uno de los principales imperios económicos mundiales, que fabrica hasta los lápices cosméticos que embellecen los labios de infinidad de mujeres.

Santiago Solis.
Artículo copiado de la revista «ESTAMPAS» del 5 de Mayo de 1991,De «EL UNIVERSAL»,Caracas, Venezuela.

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