EL CASO BUSSINIERE

Por Magdalena Ezcurra Gondra
Lda. Ciencias Químicas
Perito Calígrafo Judicial

Este caso clásico sucedido en el siglo XIX, a caballo entre Francia y Suiza y descrito tanto en el «Tratado de Documentoscopia» de Celso y José del Picchia (Ed. La Rocca) como por Dr. Velásquez Posada en su libro «El dictamen grafotécnico» ha llamado siempre poderosamente mi atención por tratarse de un «affaire» al que un Perito Calígrafo no puede pedirle más. A falta de uno hay dos testamentos ológrafos y ambos de una gran extensión, aparece una secuencia de anónimos, existe un montaje, hay un error de los peritos, y por último, este hecho reviste particular interés para mi, el caso queda zanjado con una prueba pericial química. Por si todo esto fuera poco y, aunque no existían en aquel entonces las pericias lingüísticas, uno de los protagonistas, Edouard de la Boussinière, afirma, despertando las risas entre el público asistente al juicio, con respecto a los testamentos: «era el estilo de mi hermano, sus frases, sus expresiones favoritas, que yo las conocía por haber leído numerosos vaudevils que el dueño del castillo de Tilleulls ha cometido en su juventud». Pero desentrañemos poco a poco este singular proceso.

El 5 de febrero de 1885 muere en el castillo de Tilleuls en el departamento de Segré, en Francia, el Sr. Adolfo de la Boussinière, hermano de la Marquesa de Armaillé, fallecida en 1862, y del Sr. Eduardo de la Boussinière con quien no se hablaba desde hacía más de 30 años por razones políticas. Mientras que este último era un demócrata proscrito en Ginebra, Suiza, desde el golpe de estado de 1851, Adolfo siguió fiel a las ideas legitimistas* .

Uno de los protagonistas principales de esta historia es el Notario de Bourg d’Iré: M. Guyard, que, a la muerte de la Marquesa de Armaillé en 1862, recibe cedida por Eduardo de Boussinière la mitad de la parte de la herencia que le corresponde como pago por las gestiones realizadas, por resolverle trámites, evitarle el proceso y viajar a Ginebra para llevarle los papeles que debía firmar. Toda vez que él evitaba su vuelta a Francia.

*Para entender esto es necesaria una breve reseña histórica de la Francia del Siglo XIX. Este siglo fue el escenario de una pugna constante entre tradición y liberalismo, tanto en Francia como en toda Europa. Los legitimistas eran partidarios de la reinstauración de la monarquía, mientras que los demócratas eran partidarios de sistemas políticos basados en el sufragio universal, al hilo de ideas socialistas o republicanas.
En 1830 las revueltas en Francia logran el acceso de la burguesía al poder, rompiendo el coto de la aristocracia, y debilitando el sistema monárquico. El Principe Luis Felipe de Orleáns, será el elegido en este período, hasta 1848, para ejercer una monarquía blanda que permite a la burguesía acceder a niveles de influencia social y política antes reservados a la aristocracia. En el año 1848, las reivindicaciones de las clases bajas y proletarias, que desean acceder al voto, amparadas en las sociedades socialistas y en los grupos republicanos, obligan a Luis Felipe a abdicar con su revuelta. El temor de conservadores y legitimistas ante los revolucionarios lleva al poder a Luis Napoleón como presidente. Pero desacuerdos de este con la Asamblea le conducen a ejecutar un golpe de estado contrario a los ideales democráticos que le convierten de hecho en dictador entre 1851 y 1870, cuando El Segundo Imperio es derribado por los ejércitos del Kaiser en la guerra Franco-Prusiana.

A su Muerte, el castellano de Tilleuls lega toda su fortuna a sus primos de Bréon, que, a decir de su propio hermano «le mimaban», desheredando completamente a Eduardo de la Boussinière. Puesto que no se encontró ninguna falla en el mismo que permitiera impugnarlo, los Bréon se hicieron con la herencia.

En el mes de Agosto de 1886, aparece en el buzón de la estación de Segré un sobre en el que se leía: «Al señor presidente del Tribunal Civil» y que contenía dos testamentos ológrafos del Sr. Adolfo de la Boussinière en los que nombraba heredero universal a su hermano Eduardo. Los textos de los dos testamentos se reproducen traducidos a continuación sin que, al menos hasta el momento de escribir este artículo, se haya conseguido obtener copia de los mismos con el fin de estudiarlos. A pesar de esta falta llamo la atención del lector sobre la notable extensión de ambos. Estamos frente a documentos de mucho contenido, muchas líneas, y, por lo tanto, ante un excelente material de cotejo.

TESTAMENTO 1:

El abajo firmante, Adolfo J. F. Prudhomme de la Boussinière, propietario, habitante del castillo de Tilleul, municipio de Saint-Sauveur-de-Flée.

Temeroso de ser sorprendido por la muerte, declaro por este escrito romper y revocar, enteramente y sin condiciones, todos los testamentos o proyectos de testamento que yo he hecho de mi mano o delante del notario, y particularmente aquel que yo he hecho delante de M. Sesboué, notario de Château-Gontier, hacia mitad del año 1880.

La ley será la ley.

Con todo, yo mantengo las dotes que he hecho, en mi último testamento a favor de los domésticos.

Si tengo tiempo, explicaré los motivos de esta revocación, pero vayamos a lo más
acuciante.

Lego a Monseñor Freppel, obispo de Angers, para ayudarle en sus buenas obras 20.000 francos, pagables en el año de mi muerte. Su ilustrísima quiera celebrar 100 misas por mi y por la Señora de la Boussinière.

Lego al párroco de Saint-Sauveur, (el abate Girardière) 10.000 francos, de los que hará lo que quiera, con el compromiso de decir o hacer decir 500 misas por mi y por mi mujer. Esta suma será pagada también en el transcurso del año de mi muerte.

Estas son mis últimas voluntades.

Castillo de Tilleul, de Saint-Sauveur, trece de enero de mil ochocientos ochenta y cinco.

De la Boussinière

TESTAMENTO 2:

El abajo firmante, Adolfo J. F. Prudhomme de la Boussinière, propietario, habitante del castillo de Tilleul, municipio de Saint-Sauveur-de-Flée.

He consignado en este escrito mis sentimientos y últimas voluntades.
Por un escrito fechado ayer, yo revoco completamente, salvo por mis domésticos, todos los testamentos que yo haya podido hacer de una manera u otra. Yo declaro mantener, y en caso de necesidad renovar esta revocación, queriendo expresamente que mi sucesión tenga a quien la ley lo indica, cuando no hay ni niño ni testamento que lo modifique; perdono a mi hermano Eduardo Prudhomme de la Boussinière, que vive en Ginebra, en lo sucesivo mi solo único heredero, y quiero olvidar mis quejas contra él en consideración de su hijo Georges Prudhomme de la Boussinière, que yo creía desertor durante la guerra de 1870-1871, después de que la gendarmería vino a reclutarle a mi casa (lo que fue la mayor de mis humillaciones), cuando el vertía su sangre en el campo de batalla y era condecorado.

Pero temiendo por el vecindario al que tengo afecto más particularmente las nefastas influencias que sus opiniones políticas y religiosas puedan ejercer, prohíbo a mi hermano venir a vivir a ninguna de las comunidades rurales en las que poseo alguna cosa.

Mis antiguos legatarios me perdonaran las esperanzas que les he dado, cuando ignoraba o no quería creer tener un sobrino digno de llevar mi nombre y de poseer un día mi fortuna. Tienen demasiados sentimientos religiosos para reprocharme este acto de perdón y de olvido efectuado al borde de la tumba. A mi edad las emociones fuertes son peligrosas, y ellos comprenderán que yo haya querido ahorrármelas.

He dudado largo tiempo para tomar esta suprema resolución que me pone en contradicción con la última mitad de mi vida, pero me tendría por demasiado cruel morir dejando detrás de mío la huella de una enemistad que parecía ser odio y que es más aparente que real, porque a fin de cuentas es mi hermano y yo se que el me ha tenido afecto siempre.

Quiero escribir yo mismo, después de haberlas reflexionado detenidamente, estas líneas, largas por el cansancio que me imponen.

Suplico al buen Dios de perdonarme y de recibir mi alma en su inagotable misericordia.

Castillo de Tilleul, catorce de enero de mil ochocientos ochenta y cinco.

De la Boussinière

Tras la aparición de estos testamentos se abrió un proceso en el tribunal de Segré, a petición de la familia Bréon, que duró hasta junio de 1890. Durante este proceso se llevaron a cabo incontables experticias. De estos informes periciales no poseemos más dato de que fueron muy numerosos y fruto de ellos la corte de Angers proclamó la autenticidad de los dos testamentos, declarando como heredero a Eduardo de la Boussinière.

Cabe preguntarse aquí con que material indubitado se realizaron los cotejos de estos dos tan amplios documentos, y con que recursos técnicos.

El notario M. Guyard cobró en esta ocasión 600.000 francos. Esta era la suma convenida de antemano con Eduardo de la Boussinière para el caso de que el anterior testamento, aquel realizado a favor de la familia Bréon, se desestimara.

Transcurrido un tiempo, a principios de 1892, siete años tras la muerte de testador Adolfo de la Boussinière, su hermano Eduardo recibe tres o cuatro anónimos, con contenido extorsionador, fechados en París, en los que se decían que el testamento al que el debía su riqueza era falso, que había sido fabricado por encargo del Sr. Notario Guyard, y, en definitiva, «que habría posiblemente un medio de asegurar la discreción de quien sabía todos los pormenores del caso.»

Eduardo de la Boussinière, en lugar de acceder al chantaje acude con los anónimos a las autoridades judiciales de Segré, depositando los mismos en manos del Fiscal de la República.
Charpentier, un autografísta que vive en la calle Condé de París, es arrestado en el momento de buscar respuesta a sus peticiones en la lista de correos.
Tras esta detención Charpentier confiesa sin ningún problema que ambos documentos han sido realizados por él por encargo del notario de Bourg d’Iré, Sr. Guyard y explica cómo lo ha hecho: recortando letra por letra cartas autografiadas por Adolfo de la Boussinière que el mismo notario Guyard le había proporcionado, y tras esto componiendo un testamento con el texto previamente preparado por el notario. Este texto se compuso como una litografía y fue repasado a mano con posterioridad.

La escritura del sobre «Al señor presidente del tribunal civil» había sido realizada igualmente por Charpentier. Tras lo que destruyó las piezas litográficas que habían servido para «fabricar» los testamentos. En sus declaraciones en el juicio se cataloga este comportamiento como el habitual.

El propio Guyard reconoce a lo largo del interrogatorio del segundo juicio que: » yo le proporcioné como piezas de comparación cartas de Adolfo de la Boussinière que yo tenía en mi poder y fue así que compuso los testamentos ológrafos de los que yo le había enviado el texto».

Charpentier cobró por este trabajo 300 francos a la realización y más de 100.000 francos fruto de sus extorsiones al notario Guyard en el período comprendido entre 1887 y 1890.

Cuando este deja de pagar, se dirige por carta a la familia Bréon remitiéndoles todo género de explicaciones sobre el proceso que ha seguido para la «fabricación» de los testamentos incluyendo incluso un fragmento de una de las pruebas litográficas empleadas en el proceso que se había guardado sin destruirla. Solo cuando constata que el Sr. Bréon no le hace caso es cuando se dirige a Eduardo de la Boussinière y da comienzo el segundo proceso, esta vez en el Tribunal Penal de la Seine, presidido por el Sr. Consejero Gués y con el Sr. Cruppi ocupando el asiento del ministerio público.

Es en este segundo proceso se confirman las declaraciones de le Charpentier basándose en una prueba química encargada por el tribunal al Perito-químico Sr. Bardy.

No deja de ser sorprendente que a pesar de los múltiples estudios periciales llevados a cabo durante los cuatro años que duró el primer proceso no se consiguiera poner en evidencia el montaje realizado por le Charpentier y que, en realidad, nunca se hubiera conocido de no ser por la creciente ambición de este último.

Este caso y este proceso me lleva a varias reflexiones legítimas, en primer lugar la falta de infalibilidad de los profesionales de la pericia y eso me conduce a una necesaria humildad que debe de ir siempre de la mano de un esfuerzo exhaustivo de estudio riguroso en cada caso antes de concluir. En segundo lugar la necesidad de estar al día de todas las nuevas técnicas, siendo necesario por tanto la formación continua del perito, ya que, como disculpa de los errores cometidos en este proceso se suele hablar de que fue la primera vez que se realizó un montaje litográfico. No debemos perder de vista la ya legendaria frase de que el falsario siempre va por delante en la ideación de nuevas vías y los últimos adelantos técnicos para realizar su actividad de la forma más rentable posible. Y por último una reflexión que se convierte en una constante para mi desde que constaté que en este país se realizan cotejos de letras sin antes realizar un estudio previo del documento. Mi criterio es claro, cuando un experto acomete un cotejo, en su método de estudio debe de figurar en primer lugar un estudio del documento para determinar alguna posible alteración, montaje, o falsedad en el mismo, antes de acometer el estudio de la escritura y/o la firma cuestionada.

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