«Llevamos la fuerza del jabalí
y la sabiduría del unicornio»
McCamb .
Los druidas, el estrato de mayor influencia y poder entre los celtas, sabían leer y escribir griego y latín (como los antiguos sacerdotes egipcios), sin embargo optaron dejar por vía oral, en hermosos versos, la crónica de la existencia de su pueblo. Este fue uno de los principales motivos por el cual no se ha considerado la magnitud, en buena parte de los libros de historia, del importante legado celta que fundamenta notablemente la sociedad occidental, ya que los mismos celtas antiguos no creían –o no formó parte de su tradición- en los documentos escritos.
Jabalí de tamaño natural, hecho de hoja de bronce
(siglo I a.C.)
Para ellos, la poesía, no sólo un recurso literario, sino también mnemotécnico ya que de esa manera intentaban fijar los detalles de las historias en sus memorias. Tan potente fue la tradición oral que ninguna de las historias, leyendas y leyes celtas fueron transcriptas hasta seis o siete siglos después del nacimiento de Cristo, labor que realizaron los monjes celtas irlandeses.
Estas leyes se basaban en un tipo de sociedad tribal, en ella los hombres eran, primordialmente, responsables el uno ante el otro más que ante una institución impersonal, como por ejemplo un estado, que quedaba relegado a un segundo plano. Por lo tanto un delito no era una ofensa civil sino la vulneración de un derecho privado, quien ofendía a otro pagaba su deuda a la familia de la parte injuriada, no a la sociedad. De no cumplir con estas obligaciones se recibía uno de los peores castigos: la discriminación de sus pares y sobre todo la expulsión del clan, que sólo un hombre tercamente obstinado podía arriesgarse a tan terrible consecuencia, un rasgo similar a los griegos que no concebían la vida fuera de la polis.
La estructura social de los diferentes pueblos, clanes y tribus estaba claramente diferenciada en tres estratos representados por los druidas, los nobles y el resto del pueblo. Esta clasificación es similar a la que efectúa Platón en la República, los tres estamentos en como se organiza la sociedad (que representan las tres partes del alma: la parte inteligible, la irascible y la concupicible): los sabios – o filósofos-, los guerreros y los productores de riqueza, en estos últimos se incluyen a los comerciantes, artesanos y campesinos, ya sean ricos o pobres. Los sabios, los que conocen «la verdad», eran los encargados de dirigir la comunidad.
La elite celta.
Los bosques y las selvas inspiraban adoración y terror a las tribus célticas porque se las consideraba morada de los dioses. No es casualidad que a los integrantes de la clase sacerdotal se los llamara druidas, palabra de raiz céltica -«derb» y «dru» quieren decir roble- y significa «conocedores del roble» ya que practicaban sus ritos en medio de la espesura de los bosques. Allí celebraban asambleas, sentados en troncos sagrados, desde donde administraban justicia y decidían la paz y la guerra. Por otro lado es una antigua costumbre celta tocar madera ante el anuncio de un hecho ingrato, superstición que tiene su explicación en los robles azotados por los rayos y centellas en las tormentas, que como resultado indujeron a creer que estos árboles debían ser la morada de los dioses, de ahí el ritual de tocarlos cuando el peligro acechaba.
Uno de los tesoros mas antiguos que se conservan de los monasterios celtas cristianos de Irlanda es el libro de Durrow. Un manuscrito del siglo VII d.C. de 23 x 13 cm. Reproducción de una página conocida como «tapíz» por su parecido con los ricos tapices persas.
En realidad, el término «druida» hace referencia a una jerarquía – la superior – de las cuatro que existían en la casta sacerdotal de los celtas. Los integrantes de la categoría más baja eran los estudiantes o «amdaurs» (aspirantes a druidas), reconocidos por sus túnicas amarillas. En un orgen de mayor importancia estaban los «vates», que se distinguían por utilizar el color rojo. El grado de mayor categoría no solo se manifestaba en la vestimenta, sino en las atribuciones y conocimientos.
A los «vates» se les debe buena parte de la trascendencia de los mitos, tradiciones, creencias y conocimiento de todo tipo de la civilización celta, ya que ellos eran los encargados de compilarlos para luego transmitirlo al pueblo. Además, practicaban la profecía, estudiaban filosofía, astronomía, medicina, música y oratoria. En una etapa más avanzada, luego de una compleja ceremonia de iniciación, podían usar el color azul, que revelaba que habían accedido al nivel de los bardos. Ellos eran los encargados de amenizar las fiestas y celebraciones recitando, en prosa o en verso, las proezas de los guerreros y de cantar alabanzas a los dioses.
Finalmente, el rango superior, estaban los verdaderos druidas quienes vestían túnicas blancas. Se encargaban principalmente de realizar los sacrificios rituales y familiares y, sobre todo, eran los jueces supremos e inapelables. Era tal el respeto hacia ellos que no necesitaban usar armas para recorrer territorios pertenecientes a varios clanes.
Sus santuarios eran de piedra, organizados en forma circular y sin techo, para ver el firmamento y aún se conservan algunos al sur de Inglaterra, los templos o Dólmenes de Avebury y de Stonehenge, cerca de donde –según la leyenda- fue enterrado el rey Arturo.
Los druidas practicaban el culto a los antepasados, no temían a la muerte ya que creían en la transmigración del alma, y –a pesar de que llevaban a cabo sacrificios humanos- predicaban el valor supremo del Bien. Este fue uno de los motivos por el cual los druidas, y también el pueblo celta, tuvieron «mala prensa» entre muchos escritores y cronistas –fomentada por la falta de tradición escrita de los druidas que hace prevalecer los juicios y opiniones de los griegos y los romanos-, aunque es bueno recordar que los romanos hacían sacrificios humanos en el siglo III a. C.
Julio César, en su obra, «La guerra de las Galias», manifiesta que «querían persuadir a sus discípulos de que las almas no mueren, fijando que semejante doctrina, seguida de sus corolarios, conduce a la virtud por el desprecio de la muerte». Además de esta particular apreciación, César proclamó el exterminio de esta religión a la que calificó de «bárbara e inhumana». Hay que tener en cuenta que los druidas eran quienes podían haber convertido y animado a estos pueblos a constituirse en una unidad política que, evidentemente, hubiese contrariado las ambiciones del famoso conquistador romano.
Sin embargo, mediante una paciente labor, se ha ido reconstruyendo la historia celta a tal punto que hoy se pueden conocer aspectos bastante puntuales de su cultura.
¿Y cómo era el pueblo?
Los celtas eran entusiastas degustadores de los placeres de la buena mesa. El vino era la bebida de las clases más altas pero el pueblo tomaba corma , que era cerveza de trigo mezclada con miel, muy utilizada en los banquetes, los cuales eran muy frecuentes en tiempos de paz. En estos festines los bardos tocaban sus liras y cantaban canciones sobre trágicos amores y héroes muertos en combate. Para comer utilizaban los dedos y ocasionalmente se acompañaban de un puñal para los trozos de carne difíciles de cortar. Su comida típica incluía cerdo cocido, buey, vaca y jabalí, todo ello acompañado con miel, queso, mantequilla y, por supuesto, corma –cerveza- y un buen vino.
Cuerno para beber de oro encofrado con bronce.
También eran muy aficionados a un juego de mesa llamado fidchell , parecido al ajedrez, aunque se jugaba con estacas. Admiraban la artesanía experta y las hazañas intelectuales –sobre todo cuando se exhibía una prodigiosa memoria-. Tenían el ideal de una sociedad heroica, pero vivieron como prósperos ganaderos y agricultores, ocupados a menudo en el robo de ganado.
En general, como principal característica de su aspecto físico, eran altos de cabellos castaños y ojos grises. La barba larga era común, al igual que los bigotes espesos y caídos. Las mujeres trenzaban sus largos cabellos y a veces lo recogían en complicados peinados, eran generalmente aficionadas en exceso a los adornos, utilizaban collares, brazaletes y pequeñas campanas que cosían en los bordes de sus túnicas. También llevaban capas con dibujos de rayas o cuadros de brillantes colores, quienes tenían mayores recursos las usaban con bordados de oro y plata. Los hombres utilizaban un collar en el cuello llamado torques, que de acuerdo al status social era de bronce, plata u oro.
Broche de bronce.
Se cuidaban en su apariencia ya que la obesidad era algo repugnante para los celtas. «Tratan de no engordar ni de ponerse panzudos», escribió el griego Estrabón, «y ningún joven es perfecto si excede la longitud fijada del cinturón.
Habitaban en aldeas situadas en zonas elevadas para facilitar su defensa en caso de ataque, y se denominaron castros , que los romanos llamaron oppida u oppidum. Estos asentamientos estaban fortificados con paredes macizas de tierra, trabadas interiormente con soportes de madera, y con su parte exterior rodeada por un foso. En el interior se construían chozas adosadas a la muralla, lo cual les proporcionaba una mayor solidez. Las casas generalmente eran de forma circular y se hallaban dispuestas sin ningún orden establecido en la ciudad. Además efectuaban numerosas construcciones de carácter religioso fuera de los límites de los castros y en torno a la naturaleza, por ello vivían muy en contacto con ella. Estos monumentos eran llamados Dólmenes, Menhires, Trilitos, construidos sobre piedra, terminados sobre dos columnas y una piedra grande en forma horizontal que le daba terminación.
Castro del Monte de Santa Tecla (Galicia)
Eran un pueblo guerrero por naturaleza, capaces de luchar de manera muy ruda unos contra otros por un insulto o por el simple placer del combate. Las mujeres eran tan belicosas como sus maridos, «toda una tropa de extranjeros sería incapaz de oponer resistencia a un solo galo si éste llamara a su mujer en su ayuda», según advertía el romano Ammianus Marcellinus a sus compatriotas. Esta ferocidad era alimentada por los druidas en tiempos de guerra mediante los citados sacrificios humanos, destinados a impresionar y asustar – como demuestran los cronistas griegos y latinos- a sus enemigos. Pero fueron conquistados por los romanos porque carecían de una estrategia militar, peleaban llevados por su fervor guerrero, a tal punto que tenían la costumbre de pelear sólo con sus armas, un cinturón y su torques.
Sin embargo tardaron años en derrotarlos y nunca pudieron dominarlos completamente porque mantuvieron su cultura viva, su amor a la libertad, a su tierra y sus clanes. Sentimientos que se trasmiten en el arte, los mitos y las leyendas, y de manera muy especial en la música de sus gaitas, un instrumento emblemático de estos pueblos, ya que para poder apreciarla en su plenitud hay que tocarla al aire libre. Los acantilados, ante el escenario inmenso del mar, y las altas montañas son el marco ideal para que su voz, extrañamente alegre y melancólica a la vez, resuene en los valles o en las cumbres e inunde de una dulce placidez el alma humana.
Torques de oro de Galicia.
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